Desde que tuve a mi hijo, el pediatra Carlos González se convirtió en mi referente, sus libros, en mis libros de cabecera.
Me ayudó en ser consciente en el parto, en respetar el instinto de mi bebe, en tener una lactancia tranquila y amorosa. Principalmente porque ponía palabras a algo que emanaba de dentro de mí, y que en esos momentos de «alteración hormonal» no era capaz de pensar.
Hasta que….
Me dí cuenta que me enfadaba al leer cosas suyas por internet, o ver sus vídeos…
¿Por qué me enfadaba? O mejor aún ¿qué era lo que me enfadaba?
Pues sencillamente porque sentía una exigencia sobre cómo criar a mi hijo que no era capaz de asumir.
¿Todo valía para mi hijo? ¿Y yo? ¿No era importante para mi hijo cómo me sentía yo: hasta dónde podía llegar, cuáles eran mis limitaciones?
Y como siempre me ocurre, me puse a observar y a preguntar a los que me rodeaban.
Después, incorporada a mi trabajo, podía ver cómo mis clientes me contaban cosas que me chirriaban entre su «ideal de crianza» y su «crianza real».
Diferencias entre el «ideal de crianza» y la «crianza real»
Según Attachment Parenting International, los ocho principios de crianza con apego son:
- Prepararse para el embarazo, el parto y la crianza
- Alimentar con amor y respeto
- Responder con sensibilidad
- Contacto corporal
- Garantizar un sueño seguro, física y emocionalmente
- Proporcionar cuidados amorosos y consistentes
- Practicar la disciplina positiva
- Buscar un equilibrio entre la vida personal y la vida familiar
Y leer esto por todos lados, querer ser una buena madre, querer que tu hijo sea un niño seguro….es una alta presión que en el mejor de los casos nos hará gritar: ¡BASTAAAAAAAAAAAAAAAAA!!!!!
Porque la realidad es que, con una probabilidad muy grande, nosotros no seamos unos adultos seguros de nosotros mismos, desconfiemos de de nuestro cuerpo, de nuestras emociones, de nuestras sensaciones…
Y predicar una cosa y hacer otra (porque no podemos evitarlo, a pesar de nuestro gran esfuerzo) es muy dañino para nuestro hijo. Porque lo dejamos confuso. Sin saber qué está bien y qué mal.
Por lo que poner en práctica los principios de crianza natural o de apego sin ser conscientes de nuestras limitaciones no sólo es imposible, sino que dañino para nuestro hijo. Así lo creo.
¿Es necesario poner límites a mi hijo?
Ya no sólo consiste su crianza en darle amor, pecho, facilitarle el sueño placentero…
Nuestro bebé se convirtió en un pequeño explorador.
Se mueve, y mucho. Todo lo toca.
No le gusta nuestra esmerada comida.
Se enfada cuando hay que bañarlo, a pesar de nuestros mimos y juegos.
Sólo quiere jugar, nunca es el momento de irse del parque. Y se enfada mucho.
No quiere ponerse esa ropa.
No quiere ir al cole.
Parece como si todo lo que consideramos bueno para él , no le gustara, le fastidiara.
¿O es que quiere fastidiarme a mi?
¿Y qué c…. hago yo si encima quiero criarlo con libertad, respeto, con cariño?
¿Por qué este niño no colabora un poco?
No sé cómo poner límites a mi hijo.
¿Todo vale? ¿Le dejo hacer lo que quiera y ya se regulará solo?
¡NO! Por favor, no lo hagas así. No todo vale y un niño no se regulará nunca solo. Sólo será un salvaje, no un ser social (como somos por naturaleza todos los humanos).
Porque dentro de 30 años, cuando vayas al médico, te gustará que sea profesional, puntual, que sepa de su trabajo, que te trate con respeto, humanidad.
Y cuando vayas al supermercado, querrás que el dependiente sea honrado, que te respete, que te ofrezca buena mercancia, porque no cualquier cosa es válida.
Y un largo etcétera. Los límites se enseñan y se aprenden en la primera infancia. Los niños tienen que aprender que no todo vale. Que hay cosas que hacen que duelen, que nos enfadan.
Aprender de límites es aprender de empatía.
¿Cómo se forma un carácter seguro en un niño?
Psicólogos reconocidos como Robert Hilton o Johnson, ponen especial énfasis en cómo la respuesta del entorno del niño (es decir, mamá, papá, abuelos…) junto con las necesidades e impulsos del propio niño configuran el carácter de una persona. Veamos cómo:
- Auto-afirmación: es la expresión inicial de nuestro niño, es decir, cuando por ejemplo «se niega a comer verduras, sólo quiere chocolate».
- Respuesta negativa del entorno: entonces mamá, o papá, frustran ese deseo: «no hijo, no, tienes que comer también verduras». Y durante 10-15 minutos insistimos en la idea, sin enfadarnos. Pasado ese tiempo, no se insiste más y se pasa a otra cosa. No se le da chocolate, claro está.
- Reacción organísmica: nuestro hijo responde instintivamente con un fuerte enfado, llanto, pataleta. Debemos comprender en ese momento, que realmente nuestro hijo está sufriendo de verdad (no nos toma el pelo). Por lo que debemos consolarlo de verdad. No vamos a dejar sufrir a nuestro hijo, lo abrazamos, consolamos (pero recuerda, «debes comer verduras», no nos bajamos del burro).
- Auto-negación: Tras muchas repeticiones de los tres primeros apartados, nuestro hijo, imita a su entorno social (mamá, papá, abuelos, que también comen verduras). Se identifica con nosotros, aunque bloquea su deseo. Es como si a un nivel interno, corporal-sensitivo, comprende que no siempre se hace lo que se desea. Y termina comiendo las verduras.
- Proceso de ajuste: Cuando ya no hace falta «pelearse» todos los días (sólo algunos) para que nuestro hijo coma verduras. . Y después, por qué no, un poco de chocolate.
Este tipo de aprendizaje «nos salva la vida» como personas (a nuestros hijos, y a los hijos que nosotros fuimos). Es un mecanismo que estará automatizado. Es adaptativo.
¿Se convierte nuestro hijo así en alguien dócil, sin personalidad, sin deseos propios? No tiene por qué. Si sabemos darle «una de cal y una de arena». Nuestro hijo aprenderá, que unas veces se gana y otras se pierde.
Si sabemos que tuvo un día duro en el colegio, ¿por qué no hacer ese día la vista gorda y que coma lo que quiera?
No es una guerra. No gana ni pierde nadie. Sólo enseñamos que en la vida «no todo vale».
Y tener interiorizado eso nos da seguridad interna, nos hacer esforzarnos, avanzar, no caer a la primera de cambio.
Nos da herramientas para conseguir en la vida lo que queramos porque «sabemos» que tenemos que ajustarnos, establecer la sintonía, respetar los tiempos propios y del otro.
¿Qué me pasa a mi que no sé cómo poner límites a mi hijo?
Nosotros, como padres, tenemos una historia, unos aprendizajes. A pesar de todas nuestras buenas intenciones, la forma en la que nosotros aprendimos a «automatizar» determinadas situaciones, afloraran de forma impetuosa cuando estemos con nuestro hijo.
Como padres somos vulnerables a estar desestabilizados y a creernos y «engancharnos» a los desafíos de nuestro pequeño explorador. Nuestro carácter, nuestra forma de afrontar la vida, saldrán de forma expansiva mientras que criamos a nuestro hijo.
Y no nos podemos defender de nuestro carácter. Porque es precisamente nuestro carácter lo que nos defiende de la vida.
¿Qué pasa cuando me «engancho» a la lucha de mi hijo? Que te estás defendiendo de tu hijo (como si se hubiera convertido en «el malo malísimo», y os transformarais en dos niños peleando por un juguete).
Pierdes tu centro como padre/madre, la realidad de adulto-niño, y por tanto no tienes capacidad para «ver claramente» lo que ocurre y buscar alternativas (para eso eres el adulto).
Dejas de estar a disposición de tu hijo, y pasas a protegerte de él, como si lo percibieras como algo/alguien amenazante.
¿En qué te puedes fijar para saber que perdiste tu «centro» como madre/padre?
- respiración reducida o que se para
- contracción en la nuca, en el pecho o en cualquier otra parte del cuerpo
- energía que sube a la cabeza
- tensión en los ojos
- pérdida de contacto con el suelo, como si los pies ya no estuvieran apoyados en el suelo
- sensación súbita de calor o frío, sudación
- pérdida de energía, sensación de debilidad
Soluciones
No hay soluciones mágicas.
Sólo hay toma de consciencia de la situación.
Ser consciente de la importancia que tiene que un niño aprenda a vivir con límites. Y ser consciente de qué me pasa a mi, como madre/padre, que no tengo recursos internos para ofrecerle unos límites tranquilos, amorosos, firmes y constantes.
No es el niño quien falla, quien es un rebelde sin causa.
Soy yo, el adulto, quien pierdo mi centro y tengo que aprender cómo recuperarlo, para darle a mi hijo lo que necesita de mi.
Si no sabes cómo, si pierdes tu centro demasiadas veces, no lo dudes, tu hijo lo merece: ACUDE A PSICOTERAPIA.
Puedes localizarme en mi despacho en c/Luis Montoto, 98 de Sevilla. En el teléfono 954 58 44 33.
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Un abrazo,
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